20 centímetros de distancia
Sentarme en un banco de plaza bajo el sol, en total apatía y consonancia con mi espíritu, puede ser una experiencia sumamente pacífica. Y sin dejar de serlo, puede ocurrir que me baste un instante para adivinar que la anciana que veo acercarse con dificultad, del brazo de su empleada peruana, pedirá permiso para sentarse a mi lado. Siempre existe “ese” trozo de banco librado al azar.
A diferencia de otras veces en que he sentido la necesidad de oxigenarme en una plaza a causa de algún malestar emocional, hoy no me fastidió tal presencia. Nunca interfirió en mi pensamiento vacío. Sorpresivamente, completó una escena de extrema tranquilidad.
La entrecortada conversación entre la anciana y su empleada hallaba las pausas justas para no molestar. Conversaban sin fluidez, como en un telegrama; de modo comparable a una canilla que se abre y se cierra continuamente, y no gotea.
- “Vio como es Juanita. Tiene miedo. Miedo a todo.”
(PAUSA. Sol tibio, niños jugando a la pelota, suave cantar de aves…)
- “Ah, no! Eso no es vida. No, no, no querida”
(PAUSA. Sol aún más tibio, niños risueños jugando a la pelota, largo cantar
de aves…)