Si tuviera oportunidad, antes de abrazarte con toda mi alma te diría:Que recuerdo con exactitud el tensor exacto que le dabas a mi pelo cuando me preparabas para ir a la escuela. Luego de una prolija raya al medio, sujetabas firmemente, a lo alto, el mechón de la izquierda, alisándolo hasta que ni un cabello se atreviera a asomar. Lo mismo del otro extremo. No necesitaba mirarme al espejo, sabía que mi cabeza brillaba como una esfera perfecta dividida al centro, desde donde pendían dos divertidas y relucientes cascadas.
Que también recuerdo tus manos aferradas al alambrado que rodeaba la cancha de tenis. Sabías -y sabía- que aquella rival era poderosa. Pero confiabas tanto en aquella niña de escasos 15, que de antemano comenzaba a hervir en ella ese sequísimo drive que, gestado por el corazón y acarreado por la sangre, estallaba contra la pelota, culminando en un pase único. El punto estaba hecho. Vos estaba ahí.
Que ambas te recordamos aguardándonos a la salida del boliche, dentro del auto y semidormido, para que no tuviéramos que volver solas. Cuando para nosotras la vida aún era sólo fiesta, y para vos ya era sacrificio.
Que tampoco olvidaré aquellos gritos que nos paralizaban al punto de casi hacernos pis encima. Siempre me pregunté si era necesario; hoy trato de entender que para algo habrá servido.
Que aprendí que:
Por fuertes que parezcan o pretendan parecer, los hombres sí lloran. Porque no están hechos para ser exclusivamente jefes de hogar, proveedores de alimento y ley masculina socialmente concebida. También pueden cocinar panqueques un domingo de lluvia y dedicar dos horas a dibujar la carátula del cuaderno de segundo grado.
No todo lo que brilla es oro. Pero lo que brilla por auténtico, hay que ir a buscarlo solitos. Como cuando me enseñaste a manejar y, viendo un nuevo horizonte frente a mis ojos, tu fe ciega fue más potente que tus miedos. Cuando el camión se puso enfrente de aquella adolescente aferrada al volante, jamás atinaste a torcerle su dudosa marcha. Sólo dijiste: “No frenes ! Esquiválo ! ”.
Que hablar impulsivamente, con las entrañas en la mano, puede ser algunas veces gratificante, y otras veces, hiriente.
Que sin perseverancia, voluntad y fe en uno mismo nada se logra, excepto lo que casualmente nos llueva del cielo. Y esto último es un mero azar que jamás nos hará crecer.
Mientras espero arribar a esa oportunidad, te dedico este post, papá.*