Homónimos

Hay un Pablo de la infancia
Del jardín de infantes. Se escondía debajo de la mesa para espiarme la bombacha, cosa que me avergonzaba terriblemente. Aún recuerdo sus enormes ojos negros –cubiertos por frondosas pestañas- y su bucleada cabellera.

Hay un Pablo de la primaria
Me dejaba bombones debajo del pupitre durante el recreo (su madre tenía una confitería). Era dulce y tímido. A los 9 años perdió a su padre en forma muy trágica, robo mediante.

Hay un Pablo de la adolescencia
El Pablito de “a la vuelta de casa”. Era parte de la barra de la esquina, y siempre esperaba cruzarme. Su recuerdo me estremeció al saber de su fallecimiento, tres años atrás.

Hay un Pablo de la universidad
De piel pura y expresiones tajantes. Reflexivo, magnético e inseguro. Va y viene. Es absoluto. A él se aplica esto de “los ríos más profundos son los más silenciosos”.

Hay otro Pablo de la universidad
De la época del pelo largo. De mirada aguada y palabras en pendiente, a punto de caer. Se mostraba a su modo, y no muchos lo entendían. Sus gestos hablaban por él.

Hay un Pablo del trabajo
Piropea sin descanso. Su falta de censura lo asemeja a un niño: opina espontáneamente y en voz alta (no le importan las consecuencias). Él es así. Me da la impresión de que su exceso de buen humor esconde algo triste.

Ya basta de Pablos.

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