No Excuses

23.8.06




Ni mansión del primer mundo, ni casa costera,
ni residencia con piscina, ni rancho campestre.
Me quedo con ésta.

17.8.06

Cuando se le antoja, el pequeño toma la sillita de plástico rojo heredada de su primo, la ubica justo enfrente de la porción de biblioteca que le ocupó a su madre, se trepa sobre la misma hasta llegar al estante medular del mueble, mira –uno por uno- los lomos de sus cuentos, y elige. A veces uno, a veces dos. O tres. Algunos, los más endebles, los toma con una sola mano; otros, de dimensiones que casi superan su propia talla, los abraza con ímpetu para luego tomar envión hasta arribar al espacio predilecto de lectura y juegos.

Suele optar por desparramarse en el piso, panza abajo, con el material abierto al libre albedrío. Observa y examina de un lado a otro la misma página cuando le atrae particularmente. Y, de a poco, se le va esfumando el mundo que lo rodea...

Es entonces cuando su madre daría el alma por perderse en el viaje imaginario y misterioso que irradian los ojos color otoño de su pequeño, más inocentes que nunca.

16.8.06

Cura




¿Hay algún remedio para el dolor del alma?

15.8.06

Sobraron las palabras. ¿Hubiera sobrado un beso?

Tuvo el impulso de decirle algo aquel mediodía, en el taxi, cuando él tomó suavemente su mano sin que ella lo previera, y la contuvo dentro de la suya unos instantes.

La miró fijo, esperando su reacción, y deslizó una leve sonrisa. Ella, desorientada, apenas volvió la cabeza hacia él, sin emitir sonido, tal vez esperando escuchar algo.

No hubo palabras.

¿Y si, acaso, era sólo un gesto? ¿Por qué debería significar algo más que un simple gesto?
Igual, pienso... un tierno y voluntarioso roce entre un hombre y una mujer que se conocen hace más de una década, no son amigos y no son pareja, ¿qué sería?

14.8.06

Recuerdos encadenados en menos de media hora

Sábado a la noche, a la salida del pub:

- Bueno, sigamos el festejo en otro lugar. ¿Les pinta? Chicas, repártanse: unas en un auto, otras en otro...

El “líder” de este grupo ocasional se llevó una porción de la platea femenina, y a nosotras nos dejó a cargo de los dos risueños que aguardaban, con las manos embolsilladas, escuchar el próximo destino de la noche.

-Voy a buscar el auto- nos retuvo el morocho.

El rubio asintió con la cabeza, y se nos quedó mirando buscando las palabras para acotar algo simpático -aunque de por sí él lo era-.

(Me transporté 15 años atrás. Mi hermana y yo, niñas o adolescentes, encandiladas por “el rubio y el morocho” de la tele (Starsky y Hutch, Chips, Los Duques de Hazard). Paradójicamente, en la vida real siempre se nos aparecían, como caídos del cielo, un rubio y un morocho... ).

Percibimos el ronroneo de un motor potente, hecho que me remitió a un pasado aún más lejano: mis 6 años, y la pasión de mis padres, hermanos y yo, con aquel Chevy tonalizado en oro que nos pertenecía y que, tiempo después, haría juego con mi primera bici.

Aquello que se acercaba era un Ford Falcon color ciruela, muy brilloso, cuidado y pintón. El conductor lucía orgulloso del aparato, perfectamente conservado, al menos en apariencia.
Ambas subimos al asiento trasero, y qué shock! Me di cuenta de que había perdido la noción del espacio en este tipo de piezas casi inhallables, pensamiento que me llevó, a su vez, a otro recuerdo: cuando volví a pisar, ya cumplidos los 17, el patio de la escuela primaria. ¿Qué había ocurrido con aquel ex espacio de juego, de una inmensidad intachable en mi memoria? ¿Por qué se había achicado? Hubiera preferido quedarme con la imagen previa. Hay cosas que es conveniente no volver a ver, supongo. Como las películas que te asustaron a los 10... para qué volverlas a ver ahora?

Vuelvo al interior del auto:
Qué podía faltar para culminar este paseo por los ´70s y ´80s? La voz de Morrisey y Suzzane Vega en el estéreo, coronadas por el “Under my thumb” de los Stones.

Este muchacho era, definitivamente, un clásico.

11.8.06

Es...

Es ácido, soberbio, inteligente. Tiene un corazón palpable, pero lo oculta (así se siente más seguro). Tal vez por esta combinación, contrasta. Y, tal vez por eso mismo, atrae.

Le sobran emociones. Sólo que, aún, no sabe amigarlas.

Se supone certero, y categoriza. Pero lo invade la duda.

Salpica frases desbocadas, porque perdió firmeza.

Subestima, consciente o inconscientemente, a algunos, para evadir el deber de mirar su ombligo.

Sueña, sufre, escapa...

Sinsabores


Ella había perdido el sabor de dormir, suelta y desenfadada, en el pecho de él... Al menos, durante una breve y voluntaria eternidad.

7.8.06

Un segundo

El grito desgarrador atravesó el vidrio del ventanal y se posó inescrupuloso en mi almohada, despertándome brutalmente. Eran la 1 a.m. Minutos antes me había invadido el sonido de una explosión, multiplicado en el silencio de la noche. Pero, entredormida, no alcancé a dilucidar si era parte de la realidad.

Este segundo sonido era distinto. Era la consecuencia del primero. Era humano, encarnado.

Subí la persiana, me asomé al balcón. El viento seguía arrastrando su voz, su llanto, su desesperación. Estaba cerca... y el aullido era de una soledad insoportable. Me vestí con lo que encontré, bajé las escaleras, salí.

Estaba tendido en el asfalto, completamente indefenso. Lloraba como un niño. Era casi un niño. Mientras su alma agonizaba, el resto del mundo era parálisis: el conductor del auto, el policía, el vecino, el pibe de la barra de la esquina... Como en una imagen congelada. Sólo él existía.

Un rato después, otro sonido -el de la sirena- se lo llevó.

Contra el cordón, yacía el montículo de hierro. Hasta entonces, su aliado en la tarea de ganarse la vida.

4.8.06

Amores ¿de película?


Michelle Pfeiffer y Daniel Day Lewis en la "Edad de la Inocencia".

Un amor apasionado, intensamente sentido, y jamás concretado. Los personajes generan escalofrío sin siquiera tocarse. La imagen más sublime que corona la historia: él, ya anciano y aún inmensamente enamorado de quien nunca le perteneció, mira hacia la ventana de la residencia de ella. Cierra los ojos, la recuerda, la imagina, la sueña y, sin embargo, elige no volver a verla... Para llorar.

Meryl Streep y Clint Eastwood en "Los Puentes de Madison".
Tener un hombre atractivo dándose un baño en tu propia casa cuando tu marido no está, no debe ser lo más habitual. Esta genia de la actuación ilustra como nadie una situación sentimental que toma por sorpresa a su personaje, desmenuzando su presente. ¿La escena cumbre? Cuando un simple semáforo le plantea la encrucijada: conservarse o arriesgarse. ¿Cómo hace uno para soportar la carga de esta mujer autocondenada a desapasionarse en segundos, luego de haberse apasionado eternamente?

Ryan O’ Neil y Ali Mc Graw en "Love Story".
La representación pura de un amor inconmensurable. Un clásico indiscutido que muestra el alcance de la fortaleza humana, aún ante situaciones irremediables. Y esa canción en perfecta y emotiva sintonía. Si digo un mar de lágrimas, me quedo corta.

Brad Pitt y Julia Ormond en "Leyendas de pasión".
Aunque, analizada objetivamente, la historia sea poco creíble, me la re creí. No pude evitar compenetrarme con esa trama de romances, desengaños y traiciones. La angustia de esa muchacha que no logra dominar la pasión por Tristan -ser de espíritu salvaje e impredecible- es movilizadora. Mis escenas favoritas: el reencuentro en el jardín de la casa de ella, ahora casada con el hermano de él (ay Brad, a esta altura deberías saber que no podes aparecerte así, mientras una está pacíficamente podando flores ! ) y el encuentro de las dos parejas en el parque de diversiones. El romance hecho drama.

Leo Di Caprio y Kate Winslet en "Titanic".

No me voy a hacer la fina y decir que no me movieron un pelo. ¿Acaso el romanticismo no va unido, de alguna manera, a lo cursi? Y sí... lo digo abiertamente: cuando Jack se hunde en el océano, sacrificando su vida en pos de la salvación de la mujer que ama, mis ojos no pudieron contenerse. Todos, hombres y mujeres, hemos lagrimeado con esa escena. ¿O no?

Johnny Deep en "Don Juan de Marco".
Por más que Marlon Brando persevere, este filme se lo devora Johnny. El libreto es en extremo romántico; más bien, empalagoso. E inequívocamente dirigido a la mujer universal (y a algunos hombres en particular). Ay! La escena que Don Juan comparte con la muchacha, en el restaurante, ambos intermediados por una mesa y por el extraordinario monologo de él! ... y el increíble beso en la mano.

Ethan Hawke y Julie Delpy en "Antes del amanecer" y "Antes del atardecer".
Dos personas que se aman, y nunca lo exteriorizaron; y, cuando gran parte de la vida ha pasado, un lugar en el mundo los reencuentra. Me provoca una profunda pena el amor imposible en vano. Esos amores que nunca deslizan la causa real de su imposibilidad. ¿Será que el sentido de ese amor se basa en la magia de la separación física, a pesar de existir dos almas indisolublemente unidas? Esta película es el reino del amor en el marco de la imposibilidad. O, dicho de otro modo, la imposibilidad como condición sinequanon de un amor.
Su verosimilitud nos deja el sabor amargo de lo que fue resignado sin saber por qué.