No Excuses

31.7.06

Definiciones


Me gustó la autodefinición del actor/motociclista/homeless/aventurero/enigmático Keanue Reeves en el reportaje de E! Entertainment Television. "Soy un alma errante ", lanzó entre risas.

28.7.06

"Lanza primero tu corazón y tu caballo saltará el obstáculo. Muchos desfallecen ante el obstáculo. Son los que no han lanzado primero el corazón". (Noel Clarasó)

25.7.06

La relatividad de la fama

Julio de 1996.
Aquella primera salida nocturna por las calles Nueva York, con Ana Inés –muchacha nómade por naturaleza y por definición- quedó sellada como uno de los recuerdos más vivaces de mis inaugurales veintipico.

Junto con otras dos argentinas que se sumaron en el camino, estábamos decididas a conocer los “misterios” del Greenwich Village y el Soho, barrios donde se concentra la movida artística y musical de Manhattan.
Haciendo uso y manipulación de nuestra feminidad, y argumentando que éramos unas “pobres argentinas” con ganas de divertirnos, logramos ingresar a varios bares y boliches en una sola noche, sin pagar entrada. Entre ellos, un “sótano” donde altísimos afroamericanos con gorritos de vicera nos enseñaron a bailar reggie, un pub con sillones símil cebra y paredes plateadas donde lo único que hicimos fue sacarnos fotos, un bar donde una increíble banda de jazz hacía vibrar a un público multifacético...

La última y más jugosa parada fue en “The Bitter End” (se me acaba de ocurrir, mientras escribo, buscarlo en Internet, y vaya emoción!... está el site* ), típico nightclub donde una banda de rock local largaba sus propios acordes. La anécdota más insólita de la noche, fue cuando al comentarle al barman que veníamos de Argentina, nos dice:

- Argentchina! By the way... Hace un mes, pasó por aquí un argentino muy particular, que nos aseguraba ser el músico argentino más famoso! Jajaja. Pero, la verdad, mucho no le creímos (su tono era más que risueño; diría, casi burlón).

Nos miramos entre nosotras, y preguntamos al unísono:

- ¿Cómo era el argentinooooo?
- Era alto y flaco. Un personaje, el hombre. Ah! Y tenía un bigote de cada color!

Say no more.

* http://bitterend.com/

20.7.06

Cómo empezar el día con dolor de cabeza

Despertarme a las 6.45 AM, darme una ducha tranquila, besar a mi hijo, y tomar un café express a medias (siempre es a medias, no llego a terminarlo) debería ser una de las experiencias cotidianas más simples y rutinarias del mundo. Excepto si, al salir de la ducha, escuchamos un ruido de catarata que viene de la cocina / lavadero.

Pasó en mi depto el último martes cuando, aún con el toallón a cuestas y el pelo chorreando, acudí a desentrañar la duda, casi con los ojos cerrados, quizá para no descubrir lo peor. No había olvidado el lavarropas en funcionamiento, ni había dejado el grifo abierto. Tampoco caía agua desde las nubes hacia mi ventana. Para mi pesar, tal performance "cuasi musical" se había originado dentro de la cocina, hasta inundarla. Bastó un instante para que la mañana calma y feliz que vislumbré en el primer bostezo, se transformara en el diluvio universal.

Caía a borbotones desde el termotanque, rodeando el tambor que lo recubre y dejándose caer por los diminutos caños que conducen a la pared, de modo que desembocaba en el revestimiento de azulejos (boca de enchufe incluida) hacia el suelo, empapando la base del lavarropas que, para culminarla, está más que envejecido.
El esbozo de sonrisa que me arrancó Pettinato a través del parlante se dibujó entre las puteadas por lo bajo mientras, desde la habitación contigua, la vocecita de mi hijo reclamaba “la leche”.

Por un momento pensé que semejante acontecimiento se debía a que jamás purgué el dichoso aparato, indicación que se especifica en la letra mini de la etiqueta que aún conserva. Pero, al ver la magnitud del caudal, me convencí de que no se debía a un acto irresponsable de mi parte, sino al fin de la vida útil del artefacto.

El mínimo grado de lucidez que tenía en esas horas me alcanzó para quitar el exceso y cerrar la llave de paso. Por supuesto, desde entonces mi hogar carece de agua caliente (tenía que ser en invierno, qué otra opción?) hasta que el dueño disponga el envío del “suplente”.

17.7.06

Para empezar la semana...


“Saber lo que prefieres, en lugar de decir amén a lo que el mundo te condiciona a preferir, es haber mantenido el alma viva” (Robert Lewis Stevenson)

14.7.06

El poder del objeto perdido


Contexto: 2 de marzo de 2006, recital de U2, campo.
Situación: grupo soporte, fans aplastados.
Suceso: en medio de la excitación masiva veo volar por encima de mi cabeza un oscuro y pequeño “objeto volador no identificado”.

No se trata de un moscardón, ni de un trozo de parlante, ni de una pesada gota de sudor del lungo que tengo delante mío (a propósito, por qué siempre los más altos sitúan su inmensa estructura corporal justo delante de mis ojos, de modo que éstos dan justo a su vasta y molesta espalda sudada?). Prosigo: al atajar el objeto, me doy cuenta de que se trata de una gruesa billetera. Levanto la vista, y los 10 tipos que me circundan –quienes, como en una imagen de cámara lenta, esperan mi reacción con los colmillos a flor de labios- me miran fijo. Billetera en mano, doy un ágil pantallazo visual y evito hacer la pregunta. ¿Quién se iba a negar a una billetera?
Dado que no cabe dentro del bolsillo delantero del jean, decido depositar la pertenencia directamente entre éste y el hueso de mis caderas. Para entonces, ya había perdido la remera que llevaba amarrada a la cintura, y no quería repetir pérdidas.

Termina el recital, y recién al trasladar mi estado catastrófico -pero feliz- a casa, me dedico a investigar la billetera. Un tal Ariel, de veintitantos, había llevado su vida entera en un doblez de cuero: tarjeta de débito, carnet de socio de Racing Club, licencia de conducir, cédula de identidad, foto de la flia, 1 preservativo, billete de 100 mangos plegado en cuatro, y papelitos múltiples. “Tanto dato y ningún número de teléfono!”, pensé. Sigo escarbando, y encuentro un cuadradito de papel con un número en tinta azul, borroneado por obra del tiempo, quizá. Decía: Maxi... 4431-blabla. ¿Quién será este Maxi? Si fuera un amigo, no llevaría el número escrito en la billetera, más bien lo hubiera llevado en la agenda del celu o en la memoria, no?

Día 2. Llamando a Maxi:

- Hola, ¿hablo con Maxi?
- Sí, soy yo (con voz de haberse despertado hace dos minutos) ¿Quién habla?
- Mi nombre es Magalí. El jueves fui al recital de U2 y resulta que....
- ¿?????
- ...encontré una billetera...
- ¿????????????????????????????
- ...de una persona que calculo conocés...
- Perá, perá, cómo?
- Te decía... que encontré la billetera de Ariel xxxxxxxxx, te suena?
- Mmm... sí, de algún lado me suena.
- Tenía tu número en su billetera. ¿Recordás quién es?
- Dejame ver... creo que era de la facu, pero no caigo...
- Bueno, si recordás, llamame al 15-xxxx-xxxx.


Una hora después, me llama Ariel. Está más desorientado que turco en la neblina (así se dice?). “Me salvaste la vida, flaca”, asegura, casi inexpresivo, pero contundente.

- “Soy de Avellaneda. Mañana me tomo el tren, y la paso a buscar?”
- Ok, nos vemos.


Al día siguiente, suena el portero eléctrico. Bajo. A mi parecer, estaba muy arreglado y perfumado por tratarse de un sábado a la mañana. Lo primero que me dice –mano en mi hombro-: “ché, estuvo re copado el recital, no?” (me sonreí por dentro). Hablaba y hablaba del recital, casi sin respiro, hasta el punto que jamás preguntó por su billetera! Digo yo, ¿tendría intenciones de pasar a tomar mate? Cinco minutos después de su llegada, saco la billetera y se la doy intacta. Intacta, eh... Me agradece, y se despide, casi sonrojándose, con un simple “espero verte el algún otro recital”.

13.7.06

Algunos “imprescindibles” para mi subsistencia

(se omite toda mención a los afectos, tema que será abordado en otra ocasión)

Empecemos por los alimentos y/o infusiones:

El tomate: del grande, y en ensalada, preferentemente. Aunque no desprecio otras presentaciones: solo (para mordisquear onda manzana), en tuco (puré de tomate, tomate entero, triturado, etc), en sándwich, y demás. La cuestión es que en mi mesa nunca falta un plato con tomate, sea cual sea el menú.
Plazo máximo de abstinencia tolerable: un día.

La carne: obviamente, el asado se lleva el primer lugar! Aunque solo puedo disfrutarlo en otras casas (en mi humilde balcón no cabe una parrilla... lástima) o en restaurantes, por ahora me conformo con la fiel cocción que ofrece mi potente horno. Aunque, convengamos, no es lo mismo. Como alternativa, la disfruto en milanesa, a la cacerola (con un buen grupo de papas, batatas, cebollas, zanahoria), a la plancha, o cualquier otra varieté. Cabe aclarar que cada vez que voy al súper, me dirijo de una al sector “carnes”, y cargo el carro con al menos 10 bandejitas con distintos cortes, todos destinados al freezer, y a ser repuestos cuando se agoten. Este tope cuantitativo responde a que la capacidad de mi freezer y de mi bolsillo impiden que cargue el carro entero con carne.
Plazo máximo de abstinencia tolerable: 1 día y medio.

El helado: mousse de limón y chocolate con almendras, a full. Por favor, no pregunten por qué, en lugar de elegir algo “más sabroso”, elijo mousse de limón. Me gusta, y punto. En ocasiones, lo reemplazo por sambayón, que también queda increíble con el chocolate. Pero, aclaro, no le hago asco a ningún sabor en lo que a cremas heladas se refiere. Si quedó frutilla al agua, también lo hago desaparecer... (sin importar la estación del año que estemos atravesando, obvio).
Plazo máximo de abstinencia tolerable: 15 días.

Mate: sola o acompañada. Y sin agregados (café, cáscara de naranja, etc), excepto un touch de azúcar. La extrema amargura no me hace bien.
Plazo máximo de abstinencia tolerable: medio día.


Pasemos al rubro “otros”:

Jeans: lástima que no puedo usarlos para ir a trabajar. Diría que son parte de mi esencia, como una prolongación de mi cuerpo. Pensar que cuando era adolescente las chicas íbamos a bailar con aquellos incómodos (y zarpados!) vestiditos de lycra. Cómo cambian las modas! ... y uno mismo.

Aros: una total devoción. Tengo gran variedad, de distintas calidades y diseños, excepto los aparatosos. Podría olvidar la cartera al salir de casa, pero no los aros...

Mi biblioteca y mis discos: hace falta especificar?

Pañuelos: por qué diablos estoy resfriada cada día de mi vida? Esta alergia me tiene enferma, literal y fastidiosamente hablando. Como se ve, soy cabeza dura para ir al médico, y termino acudiendo solo en casos de fuerza mayor...

Savia para el cabello: cualquier shampoo está bien, pero no puedo prescindir de un producto post lavado, debido a mi cantidad de pelo. Una tortura diaria.

Labial: confieso que me siento menos linda sin labial. Mi piel tiene un tinte amarillento que este producto sabe disimular. Siempre llevo uno conmigo.

Luz solar: por mi salud física, mental y espiritual, necesito alguna ventana al exterior. Aunque sea una, por favor. Deptos internos o contrafrentes, abstenerse.

Mi tatoo: no es en realidad un accesorio, pero sí se ve como tal. Aunque parezca mentira en estas épocas, aún hay gente que lo raspa para ver si se trata de un sticker... mi eterno agradecimiento al “Chino”, artista que supo interpretar a la perfección mi mariposa mental. Y que me hizo feliz con su obra.

11.7.06

Conviviendo con los indios kunas


Cuando, aún en el uno a uno, decidimos emprender viaje hacia Panamá, nos preguntaban por qué habíamos elegido aquel destino. Queríamos conocer parte de Centroamérica en plan mochileros y sin un programa preestablecido. Este país resultó ser lo que pretendíamos: impredecible.
La ciudad de Panamá no dice mucho: una costanera, un casco viejo y un centro comercial muy parecido al Once porteño. Pero, desde el principio, decidimos focalizar la atención en descubrir parte de las inexploradas islas que se encuentran a uno y otro lado del continente.

La primera salida de este estilo fue a la isla Taboga o “Isla de las Flores”. A pesar de haber abordado el ferry, no teníamos garantía de conseguir alojamiento, ya que tiene muy pocos habitantes y un solo parador: el Hotel Chú. Sencillo, nada sofisticado y maravilloso a la vez, el hotel estaba construido en madera ya envejecida, de esa que produce eco al caminar, y montado sobre pilares hundidos en la costa. Las habitaciones, con dos camas individuales como único mobiliario, estaban pintadas de verde agua (casi muero al entrar, las paredes de ese color son mi única fobia...) y tenían una enorme ventana vertical con dos persianas de la misma madera vieja que, al abrirlas hacia afuera, invitaban a la suave brisa del mar. El espacio más preciado del tibio refugio era la terraza, cuya estructura se animaba sobre el mar mientras disfrutábamos del desayuno caribeño. Desde allí, cada segundo del alba era una caricia. Aunque parecía que esta escena ya había justificado el viaje, faltaba más.

Nos esperaba un trayecto en avioneta desde el aeropuerto de cabojate Aeroperlas (ciudad de Panamá) hacia el archipiélago San Blas, compuesto por 300 islas, la mayoría vírgenes y algunas otras, habitadas por los indios kunas. Un día antes habíamos reservado una breve estadía en una isla autóctona de dicha comunidad. No me explayaré contando la odisea del viaje en avioneta, porque merecería un blog entero (está resumido en la nota sobre Alto Vuelo recientemente publicada).

El trozo de tierra donde aterrizó la avioneta era una isla vecina a la que nos interesaba, por lo cual debíamos hacer un nuevo traslado interoceánico de una isla a otra. Detalle que jamás tuvimos en cuenta. El anfitrión de la isla de los Kunas, un panameño llamado Alfredo (el único lugareño que hablaba español, ya que los indígenas solo hablan en el lenguaje kuna), nos estaba esperando en una canoa estacionada en el muelle que lindaba a la pista de aterrizaje. La canoa era muy limitada en tamaño y grosor (al menos esa era la impresión que daba), y todo lo que vislumbrábamos a medida que remábamos, era mar. Puro mar. De ese que vemos en las películas, cuando alguien naufraga y no hay nada alrededor. Empezamos a sentir frío; el agua helada ingresaba al bote en cada oleaje, impulsada por un viento de tormenta, y nos balanceábamos hacia un lado y hacia otro. Luego de esta media hora accidentada de viaje, llegamos a destino: una isla superpoblada de chozas, sin un grano de arena disponible, ya que cada choza bajaba entre piedras directamente al mar. En una de ellas nos hospedaríamos, junto con dos turistas chino-panameños que habían venido casualmente con nosotros. Fue un shock descubrir este mundo tan ajeno a nuestra realidad cotidiana, tan alejado de los vicios mundanos, valga la redundancia...
La choza que nos esperaba, de dos pisos, se llamaba Kuna Yala. Era la única preparada para turistas (éramos 4, el máximo aceptable). Nos tocó la planta alta, que constaba de una “habitación” con paredes de caña, techo de paja, piso de cemento sin alisar y lagartijas por doquier. Al salir de la habitación, la vista se resumía en el inmenso océano azul... al que la palabra mar le quedaba chica.

No había sanitarios; sólo una casillita de madera con un inodoro para el turista de paso, cuyo hueco daba directamente al mar. Y, al bajar el sol, la única alternativa era seguir la rutina de la isla: irnos a dormir, ya que no había electricidad. Ya a las 7 pm, todo lo que se escuchaba era la voz de un océano que arrastraba el peculiar sonido del fin del mundo. Fue uno de los momentos mas sublimes que creo haber vivido.

La solidaridad de los miembros de la comunidad indígena era destacable; nos ofrecían “excursiones a las islas vírgenes”. Por supuesto, en canoa. Calculo que tal paseo significaba un entretenimiento para ellos y una aventura para nosotros. Eso sí, debíamos partir temprano, ya que la pequeña isla que divisábamos a lo lejos, en realidad estaba a 2-horas-canoa de distancia. La primera vez que aceptamos esta “salida”, nos dejaron en una mini isla que constaba de apenas cinco palmeras, arenas blancas, agua verde claro, caracoles gigantescos y erizos de mar. Montaron amablemente dos hamacas paraguayas, las ataron a las palmeras, y nos depositaron allí. La sensación de “y ahora qué” que sentí al verlos partir, fue desoladora. Todo lo que dijeron fue: a las 4 los venimos a buscar. Cuando desaparecieron del horizonte, se me cruzaron las ideas mas descabelladas: por qué confiamos en estos tipos? Y si jamás vuelven a buscarnos? Qué hacemos en un lugar como éste, sin agua, sin sombra, sin ropa y sin comida?

Aquella noche, de nuevo en la choza, escuchamos un silbido. Se aproximaba, en canoa, un hombre con una linterna y dos iguanas vivas. Las ofrecía a cambio de algo (nunca supimos cuál fue el trueque). Plena de curiosidad, ingresé a la precaria cocina de las dos mujeres indígenas, quienes las tomaron como si fueran trapos, cuchillo en mano. Ese fue el preciso instante en el que aprendí cómo un pobre bicho se transforma en menú. Al recibir aquel plato de guiso, agradecí ver los diminutos trozos de carne (digamos que, si mi mente se lo proponía, pasaba por pollo...) y no el animal en entera presencia. A decir verdad, en tales circunstancias, el hecho de que realmente no fuera pollo, no le importo demasiado a mi famélico estado estomacal.

Profundicemos en el alucinante tema gastronómico. Los kunas sólo comen pescado, la mayoría de las veces, obtenido del fondo del mar, a pulmón. Sí, sí, a pulmón. Los indios más aptos para tales tareas tienen una capacidad de retención de oxígeno superior a los 4 minutos, según nos explicaba nuestro interlocutor, Alfredo. Este particular sistema de pesca funciona del siguiente modo: van de a dos. Uno de ellos se sumerge varios metros, tantos hasta donde su visión le permita percibir algún animal. Chequea la zona donde se encuentra la presa. Sube a la superficie y le indica a su compañero el lugar exacto donde debe hundirse, para evitar el desperdicio de aire que ocasionaría una nueva búsqueda. Entonces, este último baja directamente hacia el blanco, y lo atrapa con la misma precisión con que uno manotearía una mosca. Este ejercicio le demora no más de 4 minutos, lo necesario para no morir en el intento. La facilidad que tienen para llevarlo a cabo es asombrosa. Así capturan langostas y cangrejos, entre otros.
En cuanto a la provisión de agua, es escasísima. Una de las islas cercanas (a diferencia de la gran mayoría de la zona) tiene vegetación selvática y un pequeño arroyo. Los indígenas trabajaron durante muchos años para culminar la instalación de un angosto caño submarino por donde hoy les llega el agua en cantidades mínimas, de modo que sólo la utilizan para beber. La higiene personal la efectúan con agua de mar; por esa razón, incluso los niños tienen la piel curtida, y los adultos representan más edad de la que tienen. Para dar un ejemplo, una adolescente de 15 anos, a simple vista, parece una mujer de 30...

Algún día continuaré el relato, haciendo referencia a nuestros días posteriores en Bocas de Toro, archipiélago que se encallado del otro lado del continente panameño, cuyas islas tienen paisajes que nada deben envidiar a la polinesia francesa que conozco por fotos.

Ya estoy bostezando, me voy a dormir...

10.7.06

Experiencias de alto vuelo

La primera:
El viaje en helicóptero, micrófono en mano, que me encargó la producción del noticiero local donde estaba haciendo una pasantía mientras estudiaba en la facu de La Plata. Aquella fue la primera oportunidad de probar mis dotes fonético-periodísticas, y de evaluar hasta dónde puede llegar la destreza argumental y el juego de vocabulario de un aficionado que debe hacer un relato en off, cuando en realidad no existe noticia...

La segunda:
El viaje en avioneta en Panamá. Cuando llegamos al Aeroperlas, sede de los vuelos de cabotaje de dicho país, aún no había amanecido. Boleto en mano, nos dirigimos hacia la pista de aterrizaje para subir a la aeronave. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que lo peor no sería partir hacia un cielo de madrugada, sino partir hacia un cielo TORMENTOSO de madrugada en una avioneta que parecía de cartón, donde solo cabíamos 8 personas (encorvadas). A medida que íbamos ganando altura, mi espasmo de risa era cada vez más potente, producto de sentirme mosquito al viento, y del cagazo sin igual que provocaba el ruido de los motores y la hélice, que parecían estar al borde del estallido. Por supuesto, ni hablar de los truenos...
¿Qué atinaría Ud. a hacer en tal situación? Obviamente, investigar la cara de los otros pasajeros (léase, chequear si soy el único gil que está a punto de hacerse pis encima). Por lo pronto, a mi pareja se le fue transformando el rostro hasta asemejarse a quien ha visto un monstruo, temblores incluidos (de la nave y nuestros). “Y bue, si caemos” – pensé – “ojalá que sea en una de las 300 islas que hay debajo, así nos ataja algún indio” (sí, sí, hay una maravillosa historia de viaje compartida con los indios, que quedará para el próximo capítulo).

La tercera:
Transitábamos la mitad de aquel largo viaje en avión. Era de noche y, según mis cálculos, estábamos sobrevolando el Atlántico. Luces de la aeronave apagadas, 90 por ciento de los pasajeros y tripulantes durmiendo. Un temblor repentino nos despertó de un salto. Enseguida se encendió el simbolito que solicita el ajuste del cinturón de seguridad. De inmediato, otro impresionante sacudón fue causa de exclamaciones varias, que no llegaban a representar pánico, pero sí a provocar múltiples y desagradables sensaciones físicas, similares a las que se sienten al transitar la bajada más pronunciada de la montaña rusa: náuseas, taquicardia, electricidad a flor de piel... a las que se sumó una extraña visualización mental de recuerdos (no lo voy a negar..). Fue una de las pocas veces que experimenté MIEDO, sentimiento que se vio acrecentado al ver al pasajero del asiento contiguo aferrándose al rosario, a su mujer y a su hija...
Escuchar al piloto fue tranquilizador: “Hemos atravesado un pozo de aire, que ocasionó un descenso de mil metros en un segundo. La zona de turbulencia ya fue superada...”

6.7.06

Cosas de las cuales nos damos cuenta pasados los 30 ... (adelanto)

Que no hay grises. Ya somos blanco o negro... Por más openminded que pretendamos ser.

Que cuando algo se rompe, difícilmente pueda repararse.


Que cuando la palabra salió, ya no puede ser atajada, excepto por el otro.

Que los ideales son motor y alimento del alma, pero hay que aprender a administrarlos sanamente. Para no conformarnos con lo que hemos conseguido, pero tampoco frustrarnos por lo que no pudimos conseguir.

Que ya hemos sido capaces de construir nuestras propias armas y confiar ciegamente en ellas, aunque a veces no logren rescatarnos.

Que la memoria poética es más perdurable y misteriosa de lo que estimábamos.

Que el miedo, en algunas circunstancias paraliza y en otras, se convierte en nuestro mejor trampolín hacia lo desconocido.

Que no siempre podemos, aunque pensemos lo contrario. Pedir ayuda no es delito...

Que no se le pueden pedir peras al olmo y que, por otro lado, sería injusto hacerlo.

Que la independencia en exceso a veces se mezcla con la soledad. Hay que saber vislumbrar esa tenue línea divisoria.

Que el trabajo cumple una función fundamental para la salud de nuestra autoestima.

Que la música que internamente nos conmueve puede ser la mejor terapia cuando no logramos abstraernos.

Que compañeros de ruta hay muchos, pero amigos pocos.

Que hay dos maneras de encarar la vida: creyendo en el destino o creyendo en el camino que se abre uno mismo.